Azul. Capítulo I y II (Novela. Yuste.)

abril 29, 2009 at 12:22 pm (Novela.)

Capítulo 1.

 

-Buenos días alumnos y alumnas. Hoy vamos a empezar hablando de las aventuras. ¿Alguien podría decirme en qué se caracteriza una aventura? ¿Nadie? ¿Todos callados? Venga, no es tan difícil…

Alguien, al fin, levantó la mano. El profesor le señaló.

-Pues, no sé… que todas las aventuras tienen un viaje.

 

-Me agrada y me sorprenda que me haga una sorpresa, pero es raro verle por aquí tan… solo. ¿Café?

-Sí, por favor. Con mucho azúcar. He venido solo, me sienta mejor. La soledad le hace ver al hombre que existe, sin que nadie tenga que recordárselo.

-Cierto. Aquí tiene, su café, y todo el azúcar que quiera.

 

-Más que un viaje, todas las aventuras tienen una búsqueda. Principio y fin, cuyo único objetivo es encontrar algo. Este “algo” puede ser tesoro, puede ser alguien, puede ser uno mismo…

 

-Gracias.-Cogió cada uno de los terrones hasta formar una L sobre el café que poco a poco se fue diluyendo.- ¿Disfrutando de sus vacaciones?

La piel del investigador se erizó. La garganta se cerró de golpe. Tosió. Los ojos se le llenaron de lágrimas, la mente de recóndita confusión, amarga…

 

-…el viaje es el libro, es la literatura, es la vida, lo que separa el principio del fin: el nudo, como el que se crea en nuestra garganta, cuando nos ocurre algo inesperado-bromeó el profesor.

 

-Bien, la verdad. Siento lo de su profesional. Le dijimos que no debía acercarse tanto, que para eso ya habían otras personas.

-¡Oh! No se preocupe por él. Está bien, está mejor de lo que piensa.

-Imposible-como al mirar a los ojos de la medusa, el investigador quedó petrificado por la noticia.

-Lo mismo dijimos nosotros. Pero al parecer no hay nada imposible. Mejor dicho, tener miedo a lo imposible, es tener miedo a la verdad.

 

-Se podría decir que el bachiller es la aventura que conduce a la carrera, que la carrera es la aventura cuyo fin es el trabajo que soñáis. Y si os paráis a pensar, descubriréis que la vida es una aventura cuyo objetivo es encontrarnos a nosotros mismos.

-¿No sería más bien el de sobrevivir?-saltó un alumno.

-No…-apuntó el profesor.

 

-¿Qué ha venido a hacer aquí?- las manos le temblaban como luciérnagas en la oscuridad, pálidas, sin rumbo.

-¿Dónde está el azul?

-No lo sé…

-Claro que lo sabe. No me diga que el jefe de investigadoras no sabe donde están los resultados de su investigación. Eso me pone histérico. No me engañe, doctor Kilenai, no me engañe-bebía el café a sorbos, cortos y silenciosos, como los ataques de un asesino.

-Es muy peligroso, y mortal. Muy pocos saben donde está. Yo no soy una de ellos.

-No le creo.

Y la taza, vacía, hizo sobre la mesa un ruido extraño, como de acabar algo.

 

-…Pues todo ser vivo acaba muriendo.

 

-No sé donde está… Váyase de aquí. Váyase, váyase como si nunca hubiera venido.-Esa lágrima en su mejilla derecha tenía la intención de salvar su vida.

-¿Has avisado a la policía?

-A los militares-contestó atropelladamente.

-Uuuh, mala elección.

Brilló, relampagueante, carmesí, el puñal.

Invisible.

 

-Al menos nadie yo no conozco a nadie inmortal-bromeó el profesor.

 

Jamás hubo adiós más frío que el de esta cabeza y este cuerpo separándose y cayendo, como estatua gigante que era, al suelo.

 

Capítulo 2.

 

 

Tan seguros de sí mismos, tan firmes, tan tranquilos… Los tres grupos de fuerzas armadas, uno por la escalera de emergencia, otro por la principal, y el más numeroso en la entrada y vigilando el espacio aéreo. Los dientes de metal. Las garras de adamantium. Los hechizos preparados. ¿Qué podía hacer un único hombre? ¿Un asesino rastrero?

-Nada. Absolutamente nada.-Afirmaba el capitán desde abajo, esperando a que sus agentes llegaran al sexto piso del hotel más lujoso de la ciudad, desde dónde se había enviado la señal de alarma.

-¿Quién ha sido capaz de mover a tantos agentes?-murmuró a espaldas de su alto cargo.

No tendría ni que haberlo pensado. Órdenes son órdenes. Ese es el fin último de un soldado, obedecer a su patria, salvarla de lo que sea, de los monstruos, de las serpientes, incluso de sí misma. Dudar, está prohibido. Dudar, no existe.

Por eso los dos pelotones subían con decisión cada uno de los peldaños, como si fueran mesías dispuestos a besar el cielo.

Llegaron a su destino con premura. Acero, por la principal, rodeó la puerta y esperó a Cola para reforzar su formación, que no tardó en surgir por la puerta de servicio.

-Capitán, aquí Acero 1, ¿qué nos dicen las cámaras?

-Todavía no tenemos nada.-y entonces pensó, “Menos mal que cada piso tiene una habitación.”- No se han registrado más ataques ni llamadas de auxilio, por lo que es de suponer que, o está en esa habitación, o arriba.

-Entendido. Procedemos a entrar.

-Proceda, proceda.

Sí, este capitán era muy vulgar. Siempre había destacado en la academia, en los ejercicios, en cualquier incursión, en misiones de paz, pero a la hora de la verdad solo le dejaban tareas “de mierda”, como él las llamaba. Inútiles. Por eso hablaba con tanta vehemencia, con tan poco respeto. Saltándose el protocolo por completo.

“¿Qué clase de misión era coger a un asesino? ¿Qué clase de misión es, para el ejercito, atrapar a alguien? Maldita sea, es completamente estúpido. Pero órdenes son órdenes, aunque no exista lo más alto, y no por ser educado y refinado vamos a llegar al infinito. No, jamás llegaré a lo alto. No pasaré de aquí…”

-Capitán, aquí Acero 1. Cadáver encontrado. Nada del asesino. Todo cerrado.

-Proceda a subir. Coja a ese hijo de puta.

¿Cómo era posible? ¿Cómo un hombre era capaz de huir con tanta rapidez? Hacía solo cinco minutos desde que se había dado la alarma verde. “Alarma verde, qué ironía”. La alarma verde era un instrumento mágico que se le dá a ciertos sujetos amenazados de muerte por una circunstancia u otra. Es verde por la esperanza, aunque no suele sobrevivir ninguno. Normalmente el ejercito suele tardar en llegar demasiado, y ni cogen al asesino, pero esta vez casi parecía que se habían teletransportado.

-Parece que sabían que hoy iban a matarlo…-afirmó el mismo raso bocazas de antes.

-Maldita sea…-pero es que, de alguna manera, tenía razón. Sus superiores sabían que iban a matarlo.

-…podríamos haber estado con él desde el principio, para evitar que lo mataran. A menos que quisieran muerto al tío, claro… ¡Ah!

El grito se debía a la patada de desesperación que su capitán le regaló sin contemplaciones. La patada había sido un acto de ira. Un acto de asquerosa sinceridad. Estaba furioso porque probablemente se estaban riendo de él. Ya no de él, de su país. Y ya no por un país, si no por una vida… ¡Habían jugado con una vida!

¿Órdenes son órdenes? En la inmensa ciudad de Fortinbrass, poética, y bella, las miradas se convierten en traiciones, y las peticiones en asquerosos mandatos. Aprieta el gatillo. Préndele fuego. Dale ese veneno. Acuchillalo, acuchillalo. Hay tantas vidas, y tan pocas órdenes…

“Jugar con una persona de esa manera… ¿con qué fin?”

¿Con una sola?

Acero subió, Cola cubriéndole las espaldas. Frente a ellos, contemplando el horizonte como un niño observa el envidiable vuelo del grajo, un hombre con una armadura azul ornamentada con cientos de símbolos, batallas, y firmas de espadas y balas, que mareaban la visión de cualquier. Su espalda la cubría una capa blanca, tímidamente manchada por un rojo tierno y dulce, como el de una manzana. Parecía un gigante. Goliat.

Pero no lo era. Era más que eso, mucho más.

-Las manos sobre la cabeza-Gritó Acero 1.

-Veintiséis…-dijo simplemente el individuo volviéndose hacia ellos, torciendo los labios.

-¿Cóm…?-y no le dio tiempo a decir nada más, pues un segundo después su cabeza y su cuerpo eran dos entes distintos.

Y la capa se untó de deliciosa mermelada.

Acero disparó con plomo puro, pero las balas quedaron detenidas en el aire víctimas de un hechizo, y besaron el suelo como juguetonas canicas. Cola invocó distintos hechizos de fuego que pasaron por encima de sus compañeros con la intención de arrasar al asesino. Esquivó dos saltando a un lado, otro para más, rodando hacia atrás, con un salto hizo que varias fallaran, y con otro la décima fue olvido. Un paso más, y el asesino caería al abismo. Sus piruetas le habían llevado a una situación extrema, justo cuando dos esferas incandescentes se acercaban. De su cuello arrancó un amuleto que apretó con intensidad. Surgió entonces una empuñadura, y por último, una extenso hachote el doble de grande que él. Con una fuerza sobre humana, se escudó del ataque.

Fue entonces cuando el asesino alzó la mano derecha y todos, absolutamente todos, como idiotas, como estúpidos, no tuvieron más remedio que gritar y llorar al ver como despegaban del suelo sin saber cómo. Más bien, sin poder evitarlo. Con dicha mano, hizo el gesto de agarrar algo, y con la boca, fingió arrancarle las cabezas.

¿Fingió?

 

-Atraparemos a ese hijo de puta. Juro que lo atraparemos. ¡Joder que sí!-Exclamó el capitán- No tiene más remedio que salir por arriba, y por ahí lo tiene todo perdido. Soldados, ¿está todo preparado?

Un tanque, dos artilleros profesionales, cincuenta hombres con rifles, hechizos de fuego, proyectiles de viento…

-Preparados, capitán.

Sin embargo, era ciertamente insultante ver a un hombre, desde un trigésimo piso, usar a tus subordinados como una escalera, descendiendo plácida, tranquilamente, como si nada ocurriera. El asesino, de cuando en cuando, usaba alguno de los cadáveres como escudo, y cuando lo veía completamente inútil, lo tiraba como si se tratara de una bolsa de basura apestosa.

Cuando se hubo cansado de tanto ataque, alzó el hachote, y lo lanzó hacia el tanque, atravesándolo de parte a parte. Luego, como si estuviera unido a él por hilos invisibles, el arma volvió a su mano, para volver a descender como si se tratara de un boomerang, un boomerang mortal, rebanando miembros allí por donde pasaba, destruyendo.

Los pocos espectadores que había salieron corriendo completamente asustados. El capitán no reaccionaba. La sensación de estar acabando el libro de su vida no le dejaba tomar su turno, solo leer, y leer, y leer, y seguir leyendo.

Segundos más tarde, tenía al asesino frente a frente, y lo reconoció.

-Dios santo… ¿cómo es…?

No hubo más palabras. El cuerpo descansó sobre la tierra. El rostro reventó en mil pedazos. Voló, como un grajo sin destino, como un grajo que observa como un asesino se alejaba en una limusina negra.

El grajo nunca lo entendió.

El grajo nunca lo entendería.

 

 

En medio de la clase, le sonó el móvil al profesor.

-Vaya, perdonad chicos, pero tengo que atender esta llamada.

Salió como si nada. Ese “número desconocido” que aparecía en pantalla olía a malas noticias, pero no las malas noticias que él se esperaba.

-¿Diga?… Sí, soy el profesor Kilenai. Sí, mi hermano era investigador, ¿qué ocurre? ¿Cómo? En serio? ¿Está seguro de…?

1 comentario

  1. Elaine Holmes said,

    Quiero el capítulo III, ¡YA!

    (Daniela brama de fondo a ritmo de latigazos: «¡ESCRIBE!, ¡ESCRIBE!»)

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